jueves, 23 de diciembre de 2010

"Una Navidad en plena crisis"



Sumidos en plena crisis económica, con titulares diarios de malas noticias en cuanto a la economía, con casi 5 millones de parados y 2 millones de familias sin ningún tipo de ingresos, estas Navidades están poniendo a prueba más que nunca la solidaridad de todos.

En estos días podemos observar cómo se repiten incesantes campañas en radio y prensa, maratones solidarios, etcétera. Son algunas de las muchas iniciativas que, por estas fechas, ponen en marcha tanto ONG como gentes de buena voluntad, que se desviven por hacernos comprender el valor, hoy más necesario que nunca, de la solidaridad con los que sufren exclusión social y económica.

Es verdad que la solidaridad no entiende de calendarios, y que a lo largo de todo el año muchísimas personas colaboran para que muchas familias tenga lo más básico, pero es en las fechas navideñas se nota mucho más la crisis y las desigualdades que existen en nuestra sociedad. Recortes de plantilla, familias que no pueden pagar sus hipotecas, pequeños empresarios que se ven abocados a cerrar sus empresas y ven cómo se va al colector los ahorros de toda una vida.

La crisis económica nos ha obligado a todos a poner los pies en la tierra, se acabaron las vacas gordas y los despilfarros, nos guste o no la incertidumbre se ha apoderado de nuestra vida, nadie está a salvo, nadie sabe que va a ocurrir mañana porque esta crisis no hace distingos y, contrariamente a lo que ha ocurrido en otras épocas en que solo se cebaba con los pobres, ahora ha sido la clase media la que la ha sufrido en sus carnes.

Esta crisis llegó para quedarse, y no se puede solucionar sólo con medidas de política económica, porque no estamos solamente ante una crisis financiera sino ante algo mucho más profundo, una crisis de valores que está haciendo mella en lo más profundo de la sociedad. A la actual crisis sabemos, más o menos, cómo hemos llegado, y por qué. Gurús económicos de todas las especies nos dicen que fue por las hipotecas tóxicas, por la alegría crediticia, y otro cúmulo de supuestas razones, de las que probablemente todas en conjunto, y ninguna de forma individual, sean causa de la actual hecatombe económica mundial.

Pero si bien es cierto que sabemos, más o menos, insisto, cómo hemos llegado a esto, no es menos cierto que no tenemos ni la más remota idea de cómo, y sobre todo cuándo, vamos a remontar el vuelo. Parece, eso sí, evidente, que nada volverá a ser lo que era, o eso nos dicen. Que los cambios que esta crisis está imponiendo, van a quedarse para siempre entre nosotros, y que se hace preciso, por tanto, realizar un importante, profundo ejercicio de adaptación, de cambio de mentalidad, de adquisición de nuevas estrategias, actitudes y aptitudes para afrontar los tiempos venideros con las mejores garantías de éxito.

Acabada ya la etapa del "café para todos, y gratis", llega ahora el tiempo del esfuerzo, del incremento de la productividad, pero también el tiempo en que los estados, el nuestro a la cabeza, abandonen su brutal intervencionismo económico y den paso a una menor burocracia, más efectiva y sencilla. No podemos seguir permitiéndonos el lujo de poner innumerables trabas a las iniciativas emprendedoras que surgen por todas partes y que, en demasiadas ocasiones, se ven ahogadas incluso antes de arrancar por la pesada losa burocrática de nuestra hipertrofiada administración pública. Porque esto tiene una dramática repercusión en la creación de empleo, y eso es, precisamente, lo que más necesitamos: crear empleo.

La mejor forma de ayudar a quien lo necesita no es un subsidio, práctica que debe reducirse a las situaciones de emergencia. Es mucho mejor apostar por dar a las personas la capacidad de autorealizarse en todos los aspectos de su vida, entre ellos también, el económico. El emprendedor, el empresario, no debe ser tratado como el enemigo del Estado, cosa que a veces parece, sino como lo que realmente es: alguien que arriesga su capital y esfuerzo humano para generar empleo y riqueza... y tributos para el Estado.

Con todo, y pese a todo, hoy más que nunca necesitamos del verdadero espíritu de la Navidad, que no es el despilfarro sin medida, sino el compartir con el que no tiene, el espíritu de la solidaridad.